El fenómeno de los condominios o barrios cerrados.


El fenómeno del urbanismo contemporáneo se manifiesta inquietantemente en las urbanizaciones exclusivas, comúnmente denominadas barrios cerrados o countries  (aunque ni son barrios ni verdaderas comunidades). Estas urbanizaciones, con diversas morfologías, proliferan globalmente, encontrando referencias tanto reales como ficticias en cada lugar. La tendencia más creciente es la de fronteras urbanas levantadas por los ricos para excluir a los pobres.

Estos espacios surgen de una obsesión por la inseguridad resultado de la desiugaldad social neoliberal, donde clases sociales afines se aíslan en condiciones cerradas. Las manifestaciones van desde barrios elitistas, fuertemente amurallados y vigilados, hasta soluciones más improvisadas con vallas y policías privados que vigilan antiguas calles públicas, como en Ciudad de México, San Juan de Puerto Rico o Manila. Estos «monstruos urbanos» emergen en países y ciudades con grandes desigualdades económicas: Bangalore, Manila, São Paulo, Caracas, Buenos Aires, Ciudad de México, Madrid, y muchas ciudades de Estados Unidos, especialmente en California y Florida.

Las urbanizaciones cerradas más emblemáticas de América Latina, como Nordelta cerca de Buenos Aires y Alphaville en las afueras de São Paulo, representan la tendencia de las clases privilegiadas y las nuevas clases medias que levantan muros para proteger su exclusividad y comodidades, excluyendo y discriminando a los demás: una quinta parte de la población global busca defenderse de la miseria del resto.

Estas urbanizaciones se rigen por normas internas, rechazando leyes estatales y municipales y evadiendo impuestos que deberían contribuir a obras colectivas municipales. En casos de conflicto o delito, estas comunidades tienden a evitar la intervención de instrumentos jurídicos y constitucionales, frenando el acceso de policías, jueces y representantes de la administración. En definitiva, las urbanizaciones cerradas se han convertido en el mayor obstáculo para la generalización de los derechos humanos, rechazando las luchas por la igualdad de derechos y contra la discriminación, erigiéndose como fronteras contra el compromiso internacional de los derechos definidos en 1948.

En un mundo donde la pobreza aumenta y los ricos construyen más muros para protegerse de los riesgos que consideran que conlleva la miseria, las clases medias altas tienden a refugiarse en urbanizaciones cerradas, obsesionadas por la seguridad y las conexiones exclusivas por autopistas para evitar los barrios pobres. Así, se dibuja una distopía contemporánea de control y acceso restringido, donde los ricos se aíslan cada vez más de la pobreza, los cataclismos y las crisis ecológicas crecientes. La realidad de los barrios cerrados apunta hacia un mundo neofeudal, en el que unos pocos mantienen sus privilegios amurallados por la fuerza y el control, desentendiéndose del resto de la población, como si creyeran posible protegerse de los efectos del deterioro medioambiental y los problemas derivados de la injusticia social y económica.

El fenómeno de las urbanizaciones cerradas refleja y exacerba las desigualdades sociales y económicas, creando espacios de exclusión que atentan contra la justicia social y la cohesión comunitaria. La tendencia a aislarse detrás de muros en búsqueda de seguridad y exclusividad es un síntoma de un problema mayor de inequidad que necesita ser abordado para promover una convivencia más justa y equitativa.