Imagen y esencia de la ciudad latinoamericana


1. El derrumbe de los enfoques tradicionales de la arquitectura en América Latina

Un hecho reconocido desde principio de los setenta es que la crisis que sufre la inmensa mayoría de nuestras sociedades latinoamericanas tiene una expresión contradictoria y dramática en las ciudades. Y ha sido tal s impacto, que se puede hablar de la emergencia -en el último tercio de siglo- de una vasta problemática en el conocimiento de nuestra realidad la de los asentamientos humanos. Aunque aparece con una dimensión mundial -patrocinada incluso por la ONU- lo que nos interesa en este momento es la que tenemos en esta parte del denominado Tercer Mundo que posee significativas diferencias con la de los países desarrollados.

FOTO: JOHNNY MILLER/MILLEFOTO – Brasil

Directamente ligada con la práctica social, la problemática de los asentamientos humanos ha sido abordada en América Latina en diversos nivele y desde posiciones ideológicas distintas. En gran medida, a eso se debe 1a naturaleza polémica del nuevo campo, desde su nacimiento mismo. Pero también a que ha sido necesaria la construcción de nuevos paradigma para enfrentarlo, ante la inutilidad de los tradicionales. En este emergente proceso del conocimiento -como es natural- se han tenido prioridades Y así, la preocupación sociológica por la «cuestión urbana», centralizad por la economía, ha absorbido, en una primera instancia, a estudiosos instituciones. Ahora contamos ya con importantes aportaciones en este sentido, aun dentro de la polémica; sin embargo, cabe apuntar que abunda los enfoques reduccionistas (1).

El derrumbe de las concepciones tradicionales ha implicado transformaciones, a veces agresivas, en los intereses y preocupaciones culturales Esto ha sucedido de manera singular en el campo de la arquitectura, a verse sacudido en América Latina por la presencia de un deterioro urbano sin precedentes, en virtud de procesos estructurales profundos, característicos de nuestras formaciones económico-sociales capitalistas. Natural mente hay excepciones: Cuba, en donde los problemas urbanos emana ya del proceso socialista, aunque aún sus ciudades sufren la herencia d los regímenes anteriores. Por su parte, el crecimiento extensivo de los ú1 timos años de las ciudades latinoamericanas -sobre todo de las mayo res- ha sido incentivado en gran medida por el negocio y la especulación urbana. Junto a la migración del campo depauperizado, estos procesos ha originado segregación espacial y déficits sin precedentes. Los llamados asentamientos irregulares determinan una ecología urbana de miseria y deterioro, al constituir un alto porcentaje de la mancha urbana (en Lima, por ejemplo, esos asentamientos ocupan más de un tercio de la superficie total de la ciudad). Por su parte, la historia política de nuestros países imprime formas concretas a la lógica de su desarrollo urbano, estableciéndose diferencias y especificidades entre una ciudad y otra. Pero en todas, la cultura material arquitectónica institucional, limitada, por así decirlo, al sector formal de la edificación y al interés por la opus aislada, se ha visto profundamente convulsionada. Tal situación se conflictúa más porque la cultura funcionalista mostró ser incapaz en los países capitalistas para enfrentar con eficacia los conflictos y deficiencias del hábitat urbano, pero también por su propuesta ahistórica, que no resuelve culturalmente la edificación en los centros tradicionales, presencias vivas de la historia de nuestras naciones. Emerge, entonces, ante estos hechos, la necesidad de la historia, aunque naturalmente con nuevos contenidos.

2. La necesidad de la historia de la arquitectura y las ciudades

El reconocimiento de la historia como clave para enfrentar la actualidad arquitectónica es, relativamente, un hecho reciente. Pero, sobre todo, cuando se trata de considerar el presente edilicio implicado en la historia social de nuestros países. La atención a requerimientos inmediatos, ya sean mercantiles, o emanados de necesidades más profundamente sociales, tiende a generar un menosprecio por el conocimiento del pasado. En unos casos se le considera improductivo y en otros inútil o superfluo. En la construcción de la ciudad y sus espacios, se hipostasia la técnica y se les echa tierra a las determinaciones sociales que realmente intervienen en su proceso de producción. Así, la historia se vuelve prurito de cultivados y no un arma de combate, hacedora de conciencia social. No en balde podemos afirmar que -sin despreciar las aportaciones hechas- la historia contemporánea de las ciudades y la arquitectura latinoamericana están en sus inicios.

Surgen aquí dos cuestiones fundamentales: la pertinencia actual de la visión continental de la arquitectura y las ciudades y la naturaleza epistemológica del enfoque de la historia. Veamos qué acontece con ellas.

La emergencia de las teorías de la dependencia -en auge en la primera mitad de los setenta- colocó también a los procesos culturales en la necesidad de una explicación latinoamericana que los ubicara en su relación de subordinación con la cultura dominante de los países «centrales». Esto produjo, sobre todo entre los sectores más radicalizados de la crítica arquitectónica, la posibilidad de ver de otra manera a la arquitectura y las ciudades en su desarrollo moderno y contemporáneo: como procesos contradictorios en los que se enfrentan las necesidades locales y la tradición, con las formas ideológicas de dominación de la cultura arquitectónica y urbanística internacional de los países imperialistas, quienes tratan de imponer sus propias concepciones de modernidad, en apoyo a su penetración económica y política, Empero, lo más importante, a nuestro juicio, es el derrumbe del enfoque eurocéntrico de la explicación histórica, que naturalmente se extiende a la historia del largo período virreinal-colonial. Los «modelos» europeos quedan así como paradigmas ideológicos que se imponen en términos de la concreta historia política de nuestros países. Pierden ese carácter de «principios inmutables», para construir nuestra «Gran Cultura Arquitectónica Latinoamericana» a imagen y semejanza de la europea.

Junto a las obras mencionadas en la presentación de este libro otro trabajo, que intenta romper con la tradición, es la compilación América Latina en su Arquitectura, patrocinada por la UNESCO, en la que participó un conjunto de críticos del continente, invitados por Roberto Segre, coordinador de la obra (2).
Aunque no hay total uniformidad de criterios en esos textos, ya significan éstos la presencia de una línea latinoamericanista, que se veía necesaria en ese momento, bastante diferente a las escasas obras sobre la materia, como la inicial de Diego Angulo Iñiguez, Historia del Arte Hispanoamericano, publicada en 1950, (3) y las de Francisco Bulirich y Leopoldo Castedo (4). Con sus respetables diferencias y distancias en el tiempo, estos trabajos tienen en común el tratamiento de la arquitectura como opus artística y la persistencia de la concepción positivista del arte y la sociedad. Naturalmente el interés se centra en ellos en el sector formal de la construcción.

La preocupación latinoamericana se expresó durante la década de los setenta con singular fuerza en las corrientes de la planificación, los estudios de los sistemas urbanos y de la problemática urbano-social. En buena medida y, sobre todo en sus primeros años, estuvieron implicados en las teorías de la dependencia. Destacan, por la influencia que tuvieron -y que siguen teniendo-, los textos de Manuel Castells y Jorge Enrique Ardió (5). La Sociedad Interamericana de Planificación, creada en virtud de estos nuevos intereses, que hacían ya de lado las tesis desarrollistas, ha publicado un buen número de trabajos e investigaciones que, en general, se dirigen a esclarecer el papel económico o sociológico de las ciudades y, naturalmente, se ocupan muchos de ellos de políticas y acciones de planificación urbana y regional. La labor editorial de la SIAP -y no sólo la editorial- ha contribuido al conocimiento de la problemática urbana de América Latina, sobre todo la contemporánea, aunque casi no se ocupa de cuestiones morfológicas y de la transformación física-edilicia de las ciudades, y está francamente separada de las cuestiones tipológico-arquitectónicas e incluso tecnológicas. Desde nuestro interés, queremos destacar investigaciones como las de Richard M. Morse, Oscar Yujnovsky, Alejandro Boris Rofman y otros (6).

Se podría afirmar que, en la actualidad, los estudios dirigidos a- realidades locales y sectoriales, incluso en el campo de los procesos morfológicos, se desarrollan más que los de espíritu latinoamericanista. Nos preguntamos si esto tiene que ver con el descenso del boom dependentista y casi podríamos decir que sí. Se trata, visto en un sentido positivo, de conocer procesos internos y puntuales, que se escapan a las caracterizaciones generales. Y así, lo pertinente en la década de los setenta, deja de serlo en la de los ochenta. En el caso de la arquitectura esto es quizá más inquietante ya que no podemos hablar de una madurez, ni mucho menos, de los enfoques continentales. Pero es obvio que tampoco es válido combatir, o siquiera ver con indiferencia, los análisis locales. Y menos cuando nosotros mismos los hemos venido haciendo (7). Pesa bastante, además, la tradición en esta línea de trabajo, tanto en lo que respecta a la contemporaneidad como a épocas anteriores: las grandes etapas coloniales y prehispánicas y el todavía no hace mucho subestimado siglo XIX, que hoy se revaloriza, una vez pasado el mesianismo exterminador de las vanguardias funcionalistas.

Recordemos solamente, los trabajos del equipo coordinado por Marina Waissman y los de Federico Ortiz, Montero, R. Gutiérrez y Abelardo Levaggi, sobre la arquitectura argentina (8). O las investigaciones coordinadas por Alejandra Moreno Toscano, los estudios de Sonia Lombardo y las recientes publicaciones de Instituto Nacional de Bellas Artes de México, sobre la arquitectura del siglo XIX y contemporánea de ese país (9). También las investigaciones de Mariano Arana y colaboradores sobre Montevideo, así como las de Ramón Gutiérrez sobre la arquitectura paraguaya, las de Jacques April y Guilma Morguera sobre varias ciudades colombianas, (10) y las de Carlos Martínez sobre Bogotá.

FOTO: JOHNNY MILLER/MILLEFOTO – Mexico

Ahora bien, nadie duda que las realidades locales y nacionales de los diversos países de América Latina tienen mucho de común y que comparten históricamente procesos socio-económicos, desde la conquista a nuestros días. Las dominaciones coloniales primero, y las imperialistas luego y ahora, han propiciado la formación de toda una ideología latinoamericanista, que parte del «destino común» de nuestro pueblos. Incluso no faltó quien, en los albores del populismo, soñara con la emergencia de la «raza cósmica hispanoarnericana». Y para nadie es desconocido el solidario discurso tercermundista que ha hermanado no sólo a Latinoamérica, sino a todos los ámbitos mundiales colonizados. Ahora, ya refiriéndonos a nuestro continente, la comunidad de características culturales y concretamente las urbano-arquitectónicas es absolutamente reconocida desde hace tiempo. La aportación de las teorías dependentistas fue, como lo hemos indicado, darles un contenido que fundamentalmente las implica en las relaciones de dominación de los países centrales sobre los nuestros.

Cuando llegó el momento en que había que pasar de los grandes esquemas generales a las realidades más específicas de cada país, región y localidad, se hizo en las mejores instancias, como una necesidad de la praxis política, ante la necesidad de enfrentar la crisis aguda en cada país. Para ello se imponía rebasar el énfasis en el «sector externo» y hundir la atención en las internas contradicciones de clase y la historia política y cultural de nuestras formaciones sociales. Sin embargo su validez y pertinencia estarán medidas por los contenidos que se asuman, es decir, por la filosofía y la teoría del conocimiento que los sustenten. Y tal cosa nos obliga a no descuidar tampoco lo general, aunque éste también cambie de contenido para verse de manera más compleja. Esa dialéctica es la que nos impone el análisis histórico-materialista, con toda la dificultad que implica ahora.

3. Algunas consideraciones conceptuales, las múltiples determinaciones de la ciudad y la edificación

Primer nivel

En el fondo del problema de la caracterización de las ciudades latinoamericanas se encuentra la cuestión que la equívoca tradición positivista plantearía como la búsqueda de la relación ciudad-sociedad, y que ahora entendemos como la participación o las implicaciones de la ciudad y la edificación en la sociedad. También se puede plantear como la búsqueda de las múltiples determinaciones de las ciudades y la edificación de América Latina.

Ahora bien, consideramos dos niveles de determinaciones sociales, válidas en realidad para cualquier asentamiento. El primero se refiere a las implicaciones de la ciudad y la edificación en la «estructura general de la sociedad», tal como la concibe el materialismo histórico. Se trata de un nivel socio-político, en el que aún no se especifican procesos más directamente ligados a la construcción misma de los asentamientos y sus espacios. Sin embargo su tratamiento dilucida cuestiones capitales, que han preocupado a estudiosos de estos procesos. En efecto, se trata en un primer nivel, de esclarecer la forma en la que interviene la ciudad y la edificación en:

a) El régimen de la producción material (lo que tradicionalmente se llama la «base económica»).
b) La organización social que se estructura alrededor de aquél.
c) La historia política, jurídica y superestructural (11).

Como es bien conocido entre los especialistas, el papel económico de las ciudades ha tenido un vasto interés en nuestro tiempo. Desde Max Weber y H. Pirenne y el propio Marx, hasta los actuales como los ya citados Topalov, Castells, Folin, etc., y los «neoclásicos», se ha venido desarrollando toda una disciplina, típicamente contemporánea, que consideramos indispensable -con toda la polémica que conlleva- para la caracterización de la problemática actual de las ciudades latinoamericanas.

FOTO: JOHNNY MILLER/MILLEFOTO – Perú

En efecto, partimos del reconocimiento del rol fundamental de la determinación económica en su relación con otros procesos. La construcción de las ciudades de América Latina no puede entenderse sin conocer las formas de implantación y desarrollo del capitalismo, en el país respectivo y específicamente en ellas mismas. Dos son las líneas de implantación económica en las ciudades que nos interesan: el asentamiento como locus de los procesos de la producción material en general, como parte de las «condiciones generales de la producción», y su propio proceso de producción como ciudad, en donde interviene, cada vez con más fuerza, la acción inmobiliaria y las vastas cadenas especulativas de la producción urbana, desde los negocios con la tierra incorporada al mercado. Y en efecto -Con las excepciones de Cuba y Nicaragua- en todas las grandes ciudades latinoamericanas se dan estos hechos.

Sin embargo -y esto casi no habría que decirlo- los procesos económicos están implicados en acciones socio-políticas, puesto que se realizan por grupos sociales concretos, organizados de manera específica, que van generando, en una dialéctica social compleja, la propia historia política del país y de la ciudad en cuestión. Ésta es transformada y construida por toda esa complejidad de relaciones en donde la política y la ideología juegan un papel fundamental. Tan es así, que, por ejemplo, ciertas estrategias de captación electoral y de adhesión al régimen han determinado formas de crecimiento extensivo de los sectores periféricos de las grandes ciudades mexicanas. Otro tipo de acción política, como en el caso de Santiago de Chile en la época de Salvador Allende, iba conformando una ciudad receptora del hábitat popular, como parte de su sector formal. No se trata de ninguna manera de casos aislados: la totalidad de las ciudades se ven conformadas y definidas también por su historia política. Igual acontece con la ideología que se expresa en forma múltiple. Uno de los aspectos más interesantes y complejos en este punto es el de las ciudades como aglutinadores de toda la comunidad, a pesar de la crisis y la enajenación que conllevan actualmente.

En esta consideración entra el reiterado reconocimiento de la participación de los «objetos», entre ellos los urbano-arquitectónicos, en amplios procesos de significación, necesariamente ideológicos. (12)

De lo dicho se desprenden dos cuestiones importantes:

a) Las determinaciones de la ciudad y la edificación no son «factores» o «instancias» mecánicamente articulados entre sí. Son procesos, también complejos, que, por así decirlo, atraviesan y conforman los procesos de asentamiento.

b) Se hace necesaria la profundización en un nivel más especificado de aquellas determinaciones.

4. El segundo nivel de las determinaciones sociales de la ciudad y la edificación

Se desprenden del primero, lo refuerzan y especifican:

a) Los grupos sociales que intervienen en la construcción de la ciudad.

b) Los procesos tecnológicos del asentamiento y la edificación.

c) Los procesos ideológicos más directamente ligados a la construcción, incluyendo a los de planificación física, los de prefiguración, las formas de lenguaje, los denominados «estilos», etc.

d) El uso y reciclaje de la ciudad y la edificación. (13)

En primer lugar, queremos destacar la importancia del conocimiento de la naturaleza social, de clase o estrato, de los grupos e individuos que participan en la construcción de la ciudad y la edificación, sea de manera directa o indirecta. Para entender ésta se torna imprescindible la ubicación de los centros de decisión, de sus ejecutores como los técnicos, profesionales y trabajadores de obra. También la de los productores y proveedores de insumos, e incluso de los usuarios. Y como hemos dicho, con este análisis quedan al descubierto los agentes políticos y especulativos que participan en la mercantilización de la tierra y la vivienda, su vinculación con el estado, las fraccionadoras e inmobiliarias. Se ven con otra perspectiva los procesos de autoconstrucción, tan comunes y masivos en nuestras ciudades, que incluso las tipifican. En fin, esta determinación constituye un «puente epistemológico» entre la «base económica» y las «superestructuras ideológicas», al comprender a los sujetos histórico-concretos que actúan en la ciudad y la conforman según sus intereses materiales y también de acuerdo a sus valores y concepciones. Asimismo, se posibilita el conocimiento de la implicación del conjunto de las determinaciones con la historia política del país y la localidad, pues los actores de la construcción de la ciudad, de una u otra forma, participan de aquélla, ya se trate de organismos del estado, de las empresas privadas ligadas a éste, de organizaciones de colonos, vecinos o pobladores, etc.

Por su parte, el análisis de los procesos tecnológicos abre una gran perspectiva no sólo para el conocimiento, sino para la transformación progresista concreta de nuestras ciudades cuando se pone al descubierto la no neutralidad de la técnica y su papel en las acciones de dependencia y dominación, así como su relación con el deterioro ecológico.

En efecto, y en esto queremos hacer hincapié, la implacable sustitución de lo rural por lo urbano, y la construcción de un masivo medio artificial, protector de las inclemencias naturales, han presentado como un saldo obligado a pagar la destrucción de la naturaleza misma. Incluso éste es ya un viejo tema literario, pie para románticos retornos al pasado, pero también para sueños utópicos. Sin embargo, ahora se nos aparece la tecnología de la edificación, de la dotación de servicios, infraestructura y equipamiento, como la elección de opciones determinadas por el carácter social de los grupos que deciden la construcción de la ciudad, y como creación de opciones propias, dirigida hacia sus intereses. Así la selección tecnológica, en sistemas capitalistas dependientes, se hace más en función de la ganancia privada y de las relaciones de dependencia, que de otras consideraciones, como la protección ecológica, y menos aún de las posibilidades de desarrollo de las fuerzas productivas del lugar, región o país, e incluso de la generación local de empleo. La formación de toda una cultura tecnológica pragmática se ha venido generando e imponiendo como un conjunto casi inamovible de herramientas neutras, para «hacer bien las cosas». Con ello se ha producido una ideología de la modernidad que utiliza los paradigmas tecnológicos como una eficaz arma de consenso, porque aparece como la instancia más alejada de lo político. Soltar el drenaje de aguas negras a los entristecidos ríos urbanos, entubar éstos y convertirlos en avenidas, impulsar el automóvil privado a granel, levantar torres de acero encristalado con material importado, junto a otras acciones como el estímulo a la desmedida operación inmobiliaria y la presencia edilicia extranjera con su lenguaje trasnacional, llegaron a verse como hechos naturales, verdaderos símbolos de una necesaria y orgullosa modernidad.

La gran amplitud que comprenden los procesos tecnológicos, ya que abarcan la totalidad de la producción del asentamiento y los artefactos -desde acciones de planificación-, los revela como partícipes fundamentales de la constitución de la misma cultura y, lógicamente, aquéllos están llamados a jugar un papel importantísimo en la generación de una cultura propia, liberadora.

Los procesos ideológicos, por su parte, son decisivos también en la producción de los asentamientos y la edificación. Han sido tradicionalmente los más tratados, y como se sabe, hipostasiados y «vistos al revés» por el idealismo y su estética. La filosofía histórico-materialista hace tiempo que ha descubierto su carácter material, su relación necesaria con la «base económica» y en consecuencia el papel que juegan en la dominación y el consenso. La ideología como «conjunto de ideas, valores y representaciones de una clase social históricamente determinada… (14) impregna también los procesos sociales y los conforma. La construcción de las ciudades y la edificación tienen asimismo un carácter ideológico, dado por los grupos que intervienen en ellas. Se realiza así históricamente el paradigma de que la ideología dominante es la de la clase dominante, quien utiliza en gran medida la construcción urbana como política generadora de consenso. Poner al descubierto ese hecho es indispensable para caracterizar la ciudad con temporánea latinoamericana. Pero también el análisis de sus formas específicamente urbanísticas y arquitectónicas: su trazado, su volumetría, su dialéctica entre los espacios abiertos y cerrados, privados y públicos, etc., y sus tipologías edilicias.

Las peculiares formas físicas de la edificación conllevan un desarrollo previo, implicado en la cultura. La edilicia del sector formal o de la llamada ciudad consolidada se realiza generalmente bajo normas, reglamentos y principios que constituyen parte de la institucionalidad arquitectónica. En la generación de ésta juegan un papel fundamental los profesionales, técnicos y las escuelas, que norman sus criterios proyectuales y constructivos según sistemas, métodos y principios establecidos como paradigmas. Así, nuestra modernidad urbana impone en sus albores los paradigmas del lenguaje neoclásico, sobre los barrocos coloniales. Es bastante sabido también que las academias de fines del siglo XIX proveen y producen el lenguaje del eclecticismo europeizante para las oligarquías agro-exportadoras y minero-exportadoras, quienes conciben, y construyen para sí, sectores urbanos -los centrales sobre todo- a imagen y semejanza del París haussmaniano. Las ciudades contemporáneas latinoamericanas, ante esa herencia urbano-arquitectónica, han construido la mayor parte de su sector formal con los paradigmas de la cultura industrial conformados por los principios de la eficacia-mercantil. La reciente contestación a los principios del Movimiento Moderno se da, como hemos dicho, por la emergencia de una vasta problemática, implicada en la actual crisis urbana. Se trata también de crisis de paradigmas.

Con la visión que hemos venido adoptando, advertimos que los paradigmas son necesariamente ideológicos e históricamente determinados. Su conocimiento posibilita la caracterización -y con ella la periodización- de nuestras formas culturales.

Por último, una realidad, que sorprendentemente emerge en la cultura arquitectónica contemporánea latinoamericana, es la presencia imperativa del parque construido -incluyendo a los centros históricos- como recurso para enfrentar los agudos problemas de vivienda, equipamiento y servicios. Salta a la escena la cuestión del reciclaje y, lógicamente, de la «vida social» y obsolescencia de los edificios y espacios urbanos. Y también el dilema: continuidad o ruptura de la cultura arquitectónica. El crecimiento extensivo de muchas de las ciudades del continente -producto de la especulación-, al evidenciarse como depredador, ha coadyuvado a esta emergencia problemática. Por su parte, este reciclaje se ha dado siempre, pero con un control institucional despriorizado, con excepción quizá de los centros históricos, aunque no son desconocidos los atentados que han sufrido en aras de los intereses comerciales, a pesar de legislaciones locales al respecto -casi siempre limitadas e ineficaces- y de la protección internacional, más limitada aún, con excepciones.

Ahora, junto al énfasis e impulso a los estudios sobre las ciudades en su conjunto, se desarrolla un interés especial por la conservación y revitalización de los centros históricos. Acciones en este sentido, aunque con diversas improntas ideológicas se dan en La Habana, Ciudad de México, Córdoba, Santiago de Chile, Panamá, Cartagena, Quito, Medellín y muchas otras ciudades más.

En fin, parece emerger la conciencia de que el destino de la cultura latinoamericana se juega también con las acciones de transformación de nuestras ciudades. Naturalmente, su eficacia, en un sentido progresista, estará determinada por la medida de su incorporación a proyectos sociales amplios que tiendan a profundos cambios estructurales.


Rafael López Rangel / Roberto Segre
Con la colaboración de Gustavo Adolfo Brito e Isolda Maur

Citas y notas

1. Como más adelante mencionaremos a los autores latinoamericanos, citemos ahora a Manuel Castells, de obra prolija e influyente, entre nosotros. Sobretodo La Cuestión Urbana, Siglo XXI, México, 1974; Problemas de investigación en Sociología Urbana, Siglo XXI, Bilbao, 1971. También Christian Topalov, La Urbanización Capitalista, Edicol, México, 1979; Jan Lojkine, El Marxismo, el Estado y la Cuestión Urbana, Siglo XXI, México, 1979; Marino Folin, La Ciudad del Capital y otros escritos, Editorial Gustavo Gili, S.A., 1980. Naturalmente, el ya casi clásico y polémico H. Lefebvre, cuyos múltiples trabajos rebasan la visión meramente económica y sociologista. Destaquemos de este autor El Derecho de la Ciudad, Ed. Península, Barcelona, 1971; De lo rural a lo urbano, Ed. Península, Barcelona, 1971; La Revolución Urbana, Alianza Editorial, Madrid, 1970; El Pensamiento Marxista Y la Ciudad, Ed. Contemporáneos, México, 1973. Nos hemos limitado a textos del ámbito marxista por considerar a éste el más influyente en los nuevos planteamientos, sin desconocer la existencia de autores importantes de otros espectros ideológicos.

2. Roberto Segre, compilador, América Latina en su arquitectura, Siglo XXI, México, 1975.

3. Diego Angulo Iñiguez, Historia del arte hispanoamericano, Salvat, Barcelona, 1950.

4. F. Bullrich, Nuevos caminos de la Arquitectura Latinoamericana, Blume, Barcelona, 1969. También del mismo autor, Arquitectura Latinoamericana, Ed. Sudamérica, Buenos Aires, 1969. Leopoldo Castedo, A history of Latin American art and architecture. From pre-columbian times to present, Praeger, Nueva York, 1969.

5. J. E. Hardoy, Las Ciudades en América Latina, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1972; y R. P. Shaedel, Asentamientos Urbanos y Organización socio-productiva en la historia de América Latina, SIAP, Buenos Aires, 1977, entre otros diversos trabajos.

6. Richard Morse, La Investigación urbana. Latinoamericana: tendencias y planteos, SIAP, Buenos Aires, 1971; Las Ciudades Latinoamericanas, 1-2 SepSetentas, México, 1971; Oscar Yujnovsky, La estructura interna de la ciudad. El caso Latinoamericano, SIAP, Buenos Aires, 1971; A. B. Rofman, Las desigualdades regionales en la Argentina, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1972.

7. Como los trabajos de R. Segre sobre Cuba y La Habana, algunos ya mencionados y los de R. López Rangel sobre la arquitectura mexicana. Por ejemplo, Los orígenes de la arquitectura técnica en México 1920-1932, Ed. UAM, México, 1983; Arquitectura en México 1900-1940, en prensa.

8. Marina Waissman (coordinación general), Ramón Gutiérrez, Alberto Nicolini, Federico F. Ortiz, Alberto S. J. de Paula, Documentos para una historia de la arquitectura argentina, Ediciones Summa, Buenos Aires, 1978, con 32 colaboradores. Federico Ortiz, Juan C. Mantero, Ramón Gutiérrez. La arquitectura del liberalismo en la Argentina, con la colaboración especial de S. J. de Paula y coordinación general de Ricardo Parera, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1968.

9. Alejandra Moreno Toscano (coordinación), Ciudad de México. Ensayo de reconstrucción de una historia, SEP-INAH, México, 1978. De este trabajo queremos destacar el texto de Sonia Lombardo de Ruiz, «ideas y proyectos urbanísticos de la Ciudad de México 1788-1890». Cuadernos de Arquitectura y Conservación del Patrimonio Artístico, Instituto Nacional de Bellas Artes, Apuntes para la Historia y Crítica de la Arquitectura Mexicana del Siglo XX. 1900-1981. Números 20-21 y 22-23, México, 1982.

10. Ramón Gutiérrez, Evolución Urbanística y Arquitectónica del Paraguay. 1537-1911, Departamento de Historia de la Arquitectura, Universidad Nacional del Nordeste, 1978 (2). Jaques April y Guilma Morguera, Dos ensayos sobre la ciudad colombiana, Universidad del Valle, Cali, Colombia, 1978, entre otros del primer autor.

11. Nos referimos a José Vasconcelos, filósofo mexicano, quien fuera Secretario de Educación Pública en la primera etapa del México posrevolucionario, autor de varios trabajos en los que exalta el espíritu hispanoamericano.

12. Ver, del ámbito europeo, Carlo Aymonino, El significado de la Ciudad, Ed. Blume, 1981, Rafael López Rangel, Diseño, Sociedad y Marxismo, Ed. Concepto, México, 1980.

13. Queremos hacer aquí un reconocimiento a Fernando Tudela, autor de Arquitectura y procesos de significación, Ed. Edicol, México, 1980; Ecodiseño, Ed. UAM, México, 1981 y otros textos, quien ha colaborado con nosotros de manera significativa en la construcción de estos conceptos. Señalaremos, además, que se han aplicado en la elaboración de los Planes de Estudio de la Carrera de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Sinaloa, de la Universidad Autónoma de Guerrero y con la de la Universidad Autónoma de Puebla.

14. Ver de Adolfo Sánchez Vázquez, «La ideología de la neutralidad ideológica de las Ciencias Sociales» en La Filosofía y las Ciencias Sociales, Ed. Grijalbo, México, 1976. Naturalmente de A. Gramsci, El Materialismo Dialéctico y la Filosofía de Benedetto Croce, Ed. Revolucionaria, La Habana, 1966.