Pire Porã, la piel en la arquitectura.


Ya el término piel, implica toda una definición y postura, la piel es un organismo vivo, respira, transpira, puede ser porosa, escamada o impermeable y sobre todo nos proteja.

A lo largo de la historia el hombre siempre ha sentido la necesidad de amparo.

Quizás la arquitectura toda es un intento permanente e imperfecto en la búsqueda de esa protección. Tengo que formular –y puedo estar equivocado– que hoy en día la idea de fachada es sustituida por la de piel o capa exterior entre el edificio y su entorno.

La fachada que otrora era vista como un límite, hoy se convierte en una estancia o interface donde el espacio y la arquitectura se entrelazan.

Pero más que opinar sobre los aspectos visuales, me interesan otros que tienen que ver con los demás sentidos. Perdimos la tactilidad, la autenticidad de la materia y de la construcción, el sentido del aura de un lugar o la enriquecedora experiencia del tiempo.

Nuestra realidad de economía emergente y periférica no muchas veces nos permite acceder a tecnologías de vanguardia por ser excesivamente costosas, de alto mantenimiento o mano de obra muy especializada.

En este sentido recurrimos al trabajo con materiales tradicionales, como la piedra, la madera, la tierra, la cerámica, etc.. logrando atmósferas y climas particulares a partir del uso inteligente e innovador de esos materiales solos o combinados. Nos preocupa la perdida de la temporalidad y la búsqueda incesante del impacto instantáneo.

Los edificios se han convertido en productos; imágenes separadas de esa profundidad existencial.

Mas allá de la arquitectura, la cultura contemporánea en general marcha hacia un distanciamiento o desensualizacion de las relaciones humanas con la realidad.

Es importante reconocer que vivimos en tiempos exponenciales, una realidad en que las tecnologías de la información, modifican la forma de habitar un mundo en red, donde las ciudades y por ende la arquitectura debería ser re-pensada.

Tal vez por eso nos interesa pensar el espacio arquitectónico como espacio vivido más que físico. Encontrar esa integridad soñada.

La piel en sus diversas capas, el hombre, su casa, el barrio, la ciudad, un organismo que crece y se desarrolla junto con su portador, esa capa que debe ser capaz de proteger pero también controlar la temperatura, regular la humedad, percibir y comunicar.

Piel que no esconde sus heridas, sino que las resalta y valoriza. Las cicatrices que no se ocultan, sino que se destacan. La piel como una membrana, activa, y comunicativa.

Pieles vivas y cambiantes donde se siente el paso del tiempo, el envejecimiento del material, la penumbra, el aroma del jazmín o los sonidos cotidianos del agua, del viento o del pitogüé (ave autóctona). Escuchar arquitectura pero desde el silencio. Comprender este espesor o atmósfera construida. Tal vez desde la memoria misma.

Como diría el gran pensador y arquitecto Juhani Pallasmaa en su texto, Los ojos de la piel: «Volver a sensibilizar a la arquitectura mediante un sentido de materialidad, hapticidad, textura y peso, densidad y luz materializada».

En nuestro idioma oficial autóctono, el guaraní, la expresión piel bella o deteriorada (pire pora o pire vai) tienen que ver con el estado de ánimo de las personas o de nuestra gente y no por sus aspectos visuales. En un clima subtropical característico en Paraguay, nos sentimos bien o mal dependiendo de cómo se comporta nuestra piel.

En estas imágenes que ofrecemos intentamos ser coherentes con estos principios y anhelos. Lograr espacios que se sientan en la piel. Son esos espacios que nos afectan en el ánimo, en el alma y en el ser.

El pire porã cotidiano que deseamos todos.

Arq. José Cubilla

Imagen principal: Vivienda Ara Pytu, Mariano Roque Alonso, Paraguay, 2016, José Cubilla. Foto© Federico Cairoli