Diseñar sin planificar, cómo la informalidad institucional moldea nuestras ciudades.
Las ciudades no mienten, expresan lo que somos y cómo decidimos. Lo evidencian en sus veredas rotas, en los carteles que reemplazan árboles, en la red aérea de cables sucios y desordenados, en plazas deterioradas, sin actividades convocantes, sin diseño ni cuidado, en el mobiliario urbano bien mantenido o abandonado, en desagües pluviales que funcionan o colapsan, en árboles mutilados, en los baches y obstáculos que dificultan caminar. Cada rincón urbano es un reflejo de nuestras prioridades colectivas, de nuestra capacidad o incapacidad de construir un entorno digno, inclusivo y humano.
El urbanismo, cuando se analiza con seriedad, dice mucho más que lo técnico, expone cómo funcionan o fallan las instituciones. Como bien señala Francis Fukuyama en Los orígenes del orden político (2012), la organización del espacio revela el grado de desarrollo institucional de una sociedad.
Fukuyama y la lógica patrimonial.
Fukuyama explica que las primeras formas de organización social estuvieron basadas en lealtades personales, clanes, tribus, familias extendidas. La construcción del Estado moderno implicó reemplazar esas estructuras por instituciones impersonales, burocracias meritocráticas y reglas universales.
Pero esa transición no es lineal ni definitiva, cuando las instituciones son frágiles o están capturadas, vuelven a primar las lealtades personales. Entonces, el Estado deja de ser garante del interés público y se convierte en instrumento de intereses privados. No hace falta robar para que eso ocurra, basta con que las decisiones públicas se tomen en función de relaciones personales o intereses de grupo, en lugar del bien común.
Reglas débiles, decisiones arbitrarias.
Las ciudades bien planificadas se organizan con reglas, las patrimonializadas, con excepciones. En Asunción, capital del Paraguay, los cambios normativos suelen llegar después de que ya se intervino el territorio. Se desmontan árboles antes de discutir un plan, se venden tierras públicas sin una zonificación clara, se autorizan obras sin estudios serios de impacto urbano. El espacio se negocia caso por caso, como si fuera un tablero sin reglas previas.
Edificios que crecen, viviendas que faltan.
El auge inmobiliario en Asunción deja decenas de torres semivacías, mientras el déficit habitacional no se reduce. El mercado construye lo que puede rentabilizar, amparado en marcos normativos débiles, el Estado, en lugar de orientar ese proceso, se limita a observar, ajustar impuestos o promover incentivos sin criterios de cohesión territorial.
Es cierto que esta expansión inmobiliaria ha generado empleo en la construcción, ha dinamizado sectores de la economía y ha incrementado la recaudación municipal. Pero ese ingreso adicional no se traduce en mejoras visibles en el espacio urbano. ¿Dónde está? ¿Por qué no se invierte en veredas, transporte o espacio público arbolado? El crecimiento ocurre, pero sin dirección, se expande el volumen construido, no el derecho a la ciudad.
La lógica de planificación está guiada por la oportunidad, no por la necesidad, el resultado es una ciudad fragmentada, con un centro que se vacía y periferias que crecen sin servicios, sin infraestructura, sin conectividad.
Obras que se ven, políticas que faltan.
Asunción colecciona ciclovías inconclusas, trenes cancelados, metros soñados y planes de movilidad que nadie implementa como el KOICA 2024. En cambio, lo que sí avanza son viaductos, asfaltados y estructuras de hormigón. Obras visibles, de ejecución rápida, con bajo consenso técnico.
¿Por qué estas y no otras? Porque requieren menos acuerdos institucionales y más maquinaria pesada. Porque dan la sensación de acción, aunque no resuelvan problemas estructurales. Lo que realmente hace falta, transporte público eficiente, redes de veredas continuas, centros de transbordo, requiere diálogo interinstitucional, continuidad política y una gestión pública profesional. Y eso es más difícil de mostrar en una placa o en una foto.
¿Cómo empezar a planificar la ciudad en serio?
Fukuyama propone que las instituciones modernas deben apoyarse en dos grandes pilares: la profesionalización burocrática y el fortalecimiento de la identidad nacional. Paraguay necesita avanzar en ambos.
1. Profesionalizar el Estado: menos atajos, más capacidad.
La burocracia no debe ser sinónimo de lentitud, sino de neutralidad, de saber técnico, de procesos que no dependan de “a quién conoces”. En ciudades como Copenhague, Berlín, Singapur, Tallin, la baja corrupción no es producto de discursos éticos, sino de burocracias con carrera administrativa, concursos públicos y criterios objetivos.
Proyecto reconversión puerto Tallín.
En Paraguay, fortalecer el servicio civil en municipios y ministerios ligados al urbanismo es clave. Que los cargos técnicos no cambien con cada administración. Que las decisiones se documenten. Que el criterio técnico tenga más peso que el capricho.
2. Reforzar el sentido de lo común desde el espacio urbano.
La ciudadanía no se enseña solo en aulas, se aprende también en las plazas bien mantenidas, en las veredas transitables, en los edificios públicos dignos.
- Plazas bien diseñadas enseñan que lo común vale.
- Veredas continuas y señalizadas muestran que todos importan.
- Escuelas públicas cuidadas y abiertas transmiten respeto por lo colectivo.
- Bibliotecas, terminales y hospitales bien hechos dicen que lo público no es el descarte, sino lo esencial.
3. Urbanismo que mezcle y no segregue.
La fragmentación urbana, barrios cerrados, periferias sin servicios, centros inaccesibles, refuerza la lógica de que cada uno se salva solo. Una ciudad justa debe mezclar usos, clases y generaciones. Incentivar proyectos integrados, donde se viva, trabaje y estudie cerca, donde los espacios públicos no se resignen a lo que “sobra” del mercado.
4. Participación real, no simbólica.
Incluir a la ciudadanía en el diseño urbano mejora el resultado físico, pero sobre todo construye comunidad. Cuando un barrio diseña su plaza, no solo gana un espacio, gana una identidad. Se refuerza la idea de que lo común puede ser también lo propio.
La ciudad, decía alguien, es el espejo más sincero de sus instituciones. Asunción refleja hoy una estructura que necesita más profesionalismo, más reglas claras y más convicción de que lo público vale.
La solución no vendrá solo desde el cemento, sino desde la cultura institucional. Diseñar bien también es gobernar bien. Y eso empieza por entender que las ciudades no son solo espacios para vivir, sino escenarios donde se juega la calidad de nuestra democracia.
Arq. Nicolás Morales Saravia
Arquitecto y Docente FADA UNA
Magister en E.S.U.
Consultor en Construcciones Sostenibles PYGBC
Diplomado en Urbanismo y Medio Ambiente (USAL)
Dimplomado en Patologías por Arquimétodo.
Miembro del Colegio de Arquitectos del Paraguay.
@bioconsarquitectos
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